16 dic 2010

Carl Barat: yo también quiero ser crooner

Carl Barat.El disco solista del “otro” de The Libertines. Como a muchos integrantes de bandas de rock inglesas, en algún momento parece que escuchan a Scott Walker y pelan su faceta de crooner elegíaco. A Barat le sale bastante bien. Lo primero que salta a los oídos es la ausencia o levedad de las guitarras en casi todas las canciones. Y el dramatismo de la voz de Barat.

El disco abre con The Magus y creo que estoy escuchando cantar a Jarvis Cocker, pero no, es Carl nomás. Y en una de las mejores canciones del disco, que se acerca más al vaudeville que al brit-pop. Sin embargo Barat, a diferencia de otros cantantes pop versión crooner no puede desprenderse totalmente del sonido brit pop…

Hay orquestaciones dramáticas in crescendo como en Carve my Name, mientras Carl se desgañita cantando never speak of love again…hasta que llega la siguiente canción, je…Pero como dije, este Carl no puede salir del brit pop y ahí tenemos al single Run with the boys, con sus vientos y bajo que suena super pop. Lo que no está nada mal porque le da algo de variedad al cargamento de baladas dramáticas y taaan románticas del disco…pero la letra de estas canciones, que muchos critican por sus pretensiones de Poesía (así con mayúsculas) alcanzan su objetivo no por lo que dicen sino por cómo lo dicen…y ahí está la voz de Carl que a veces recuerda a Scott, a veces a Jarvis y a veces a Maniac Street Preachers (She’s something).Sí, el brit pop siempre está, aunque no lo veamos. Y Barat se las arregla para conseguir algunas de sus canciones más bellas como The Fall con su tempo vodevillesco y otra vez el fantasma de Jarvis, donde canta cosas como The snakes and devils of our past…o she’d crucify my confidence…entre arreglos de cuerda y menciona a Ginger y Fred, como para que la cosa quede clara.

Shadows Fall suena como una canción de Gainsbourg para una peli…lenta, elegíaca, erótica…pero también recuerda a A song for Europe de Roxy Music. Y como para que se entienda lo frenchy del asunto, una canción se llama Je regrette, je regrette

Ode to a girl (claro, todo romántico que se precie tiene una oda) es sucedida por una distorsionada Death Fires burn at night que queda un poco descolocada para decir la verdad, pero a su vez la sucede (y cierra el disco) una balada a puro piano llamada Irony of Love…tal vez la ironía es que al contrario que Pete, para ser tomado en serio, Carl debió sonar lo más alejado posible de The Libertines. El resultado es una de las sorpresas (al menos para mí) del año. Otra ironía es que mientras Buenos Aires comienza a parecerse a un horno, el disco de Carl Barat suena a otoño, atardeceres grises y noches traicioneras. Tan cliché como inspirado. Uno de mis favoritos del año…

Mi favorita del momento: The Magus.

30 nov 2010

Recitales: Paoletti, Dchampions y Los Cayos en El zaguán (28/11/10)

Me encanta El Zaguán. es un lugar como los que abundaban antes de Cromañón pero que ahora hay que buscar con lupa. me senté en la barra donde una simpática estudiante de la UBA me sirvió un gin-tonic y aguardé. antes de las 20 con casi nada de gente Dchampions tocaron 4 canciones. una especie de aperitivo para que empiece a entrar la gente. Santi es un personaje under que lleva alrededor de dos décadas fatigando escenarios. en esta encarnación de los champions suenan desprolijos, despelotados y colgados. bah, como siempre. pero esta característica es entrañable en Santi. las melodías que sonaron son muy bonitas y la voz femenina, que cantó el último tema sola(“Palabras Planas”), le dio un matiz delicado a los delirios de Santi que le cantaba a viva voz a San Cayetano…

Los Cayos son una banda bastante longeva y tienen varios discos. suenan muy “profesionales”. su estilo cercano al brit pop y con algo de beat y garage suena ajustado y prolijo, pero tal vez falten canciones. el tema “Ay cariño” cantado por el bajista es una genial adaptación del estilo de Sandro.

y subió Adrián Paoletti. el metódico poeta de Monte Grande tocó unpaolettia selección de sus tres discos en orden cronológico (¿?). cuatro canciones de Paciencia, cinco de La ruta del árbol y tres de Soy yo por ahora, en ese orden. la banda actual de Adrián suena sólida y poderosa. así las versiones son diferentes y muchas veces mejores que las grabadas en los discos. el recital abrió con “Mi carro de fuego” y pasaron “Perfil”, aquella canción que en su primer disco grabó con María Fernanda de El Otro Yo, que el domingo estaba entre el público, en una versión casi irreconocible, muy favorecida por una delicada trompeta, la ya clásica “Arcángel Relámpago” bajo la sombra protectora de Oliverio(ese estribillo fue una verdadera pegada de Adrián), una ultraveloz “Vamos”, “Sueño eterno” (voy a recoger mis pasos/para no dejar rastros), para terminar con el estreno “Mensaje” y un bis con “El Beso”, también del próximo disco.

lejos quedaron sus épocas lo-fi, la banda actual suena bien eléctrica y guitarrera (por momentos eran tres violas), Adrián está cantando muy bien y consiguió un estilo guitarrero bastante alejado del acompañamiento juglaresco de antaño. musicalmente están cerca de un rock bohemio y urbano, que por momentos me recordó a los primeros Visitantes (sólo un recuerdo, ya que Paoletti tiene su propio estilo y está componiendo de puta madre).

antes de tocar, charlamos un rato y me dijo que estaba contento con el disco nuevo (Casa Rodante), que lo mezcló durante dos semanas en el estudio de Cerati y sale en febrero. a juzgar por los dos estrenos de esa noche, sin dudas será el mejor hasta el momento. en fin, Paoletti y Los Acordes quedaban perfectos esa noche de domingo en el zaguán que parece un auténtico zaguán, entre el humo del tabaco y la corriente etílica. invito a quien me lea a no perder la oportunidad de ver a Paoletti la próxima vez que vuelva a desgranar su poesía montado a la electricidad de sus acordes secuaces….

Brindo por vos, Adrián!

22 oct 2010

Rosario Bléfari y Adrián Paoletti: Diamantes de Espuma (primera parte)

adrian

El under argentino es cíclico. Cada tanto surgen un grupo de bandas que rápidamente los críticos, periodistas, managers (en fin, cualquiera menos los músicos) rotulan de diferentes modos tales como “sónicos”, “nuevo rock argentino”, “super pop” y cosas por el estilo. Sin embargo, casi siempre son bandas que sólo coinciden en espacio y tiempo. Los poetas Rosario Bléfari y Adrián Paoletti coinciden en varias cosas, por ejemplo en haber quedado, voluntaria o involuntariamente, fuera de esos rótulos que atravesaron los 90, y sin embargo, en retrospectiva, ser considerados como emblemas del indie noventoso.

A fines de los 80, Rosario entonaba algunas canciones como parte del dúo Temas Lentos mientras Adrián comandaba al Copiloto Pilato. Escribir en retrospectiva tiene sus curiosidades: por ejemplo, recuerdo que las primeras veces que vi a Suárez me preguntaba de dónde conocía a esa chica, hasta que el recuerdo me llevó a una noche en el Parakultural, cuando siendo literalmente casi un niño me encontré con Temas Lentos. No sé si hay algo grabado de ellos…le preguntaré a Rosario cuando la vea…se la veía tan frágil en la penumbra de aquel sótano…

El Copiloto Pilato, en cambio, era una banda desordenada, desprolija y buenísima. Ensayaban y tocaban cada muerte de obispo pero se las arreglaron para editar un disco hermoso compartido con El Lado Salvaje, ya sin la legendaria Mónica Vidal (sí, de ella también deberé escribir un día), pero sigamos. El Copiloto tocaba melodías pop atravesadas por un costado dark, y tenían ecos tanto de Joy Division como de Television, sobre esas melodías Adrián Paoletti desgranaba su poesía simple y compleja a la vez, con su voz desafinada, monocorde y sin embargo cálida como ninguna. La canción que abre el disco, Pies Rotos, donde canta cosas como escalando llegué a la cima/de tus pies rotos… es una de las primeras joyas del poeta de Monte Grande, dulce y triste a la vez…Poco tiempo después el Copiloto se separaba para transformarse en leyenda del under argentino. Recuerdo una noche en la que charlaba con Tornillo, el entrañable bajista, que me decía: “Tenemos un problema: nuestra música le gusta mucho a los músicos y los periodistas, pero no a la gente…” jajaja! Sublime.

 

Para cuando eso sucedía Rosario ya estaba al frente de Suárez. La carrera de Suárez es curiosa. Sus primeros temas, editados en el compilado de la revista Ruido en el 93, producidos por Melero, iba a ser su grabación más sofisticada y acabada hasta…su último disco. Porque inmediatamente se iban a rosariosumergir en un viaje low-fi del que sólo se irían despegando lentamente.

Los dos primeros discos de Suárez son parecidos. Temas sin producción. Sonido low-fi. Melodías dulces y melancólicas contaminadas por sonidos experimentales. Letras sutiles, como la nostalgia en un día lluvioso de primavera o de otoño. La otra faceta es más disonante. Algo improvisado. En las canciones más acústicas se percibe cierto aroma del rock setentoso argentino, pero superpuesto a sonidos indudablemente modernos. Efectos de guitarra, algo de noise… Ecos de Pastoral y Cocteau Twins a la vez…(espero que Rosario no me mate por decir esto, ajajaja).

En vivo, Suárez era imprevisible. Podían tocar sus canciones con alguna improvisación sorpresiva o podían colgarse 40 minutos ante lo cual quedaban dos opciones: pegarse un tiro o flotar en la maraña de su sonido. Yo a veces elegía una opción y a veces la otra.

De manera que esta etapa del grupo oscilaba entre las canciones de fogón noise y el experimento despiadado, con la aniñada voz de Rosario arrullando tu cabeza o gritándote al oído…

En una canción como Morirían ambas facetas se invaden. Rosario canta sobre una acústica “…y para siempre las hojas/morirían/del cielo a tus estrellas…” y después grita. Grita mientras una viola cargada de wawa irrumpe en un crescendo chirriante…

Algo que me atrapaba eran los títulos: había algo inconfundiblementadrian fernandae urbano y melancólico :“Conductor de Noche” o “Flores de Hotel”…En Horrible, el segundo disco, siguen desarrollando su low-fi pero consiguen algunas joyas como “Algo Difícil”, donde canta con otra hada del under: María Fernanda, que también iba a colaborar en el debut solista de Adrián Paoletti, o “Saludos en la nieve”.Algo difícil puedo hacer/alcanzar el sueño más grande/Voy a correr/siguiendo tu sombra de aeroplano/hasta llegar/a comandarlo…”

Otra curiosidad retrospectiva: para esta época Rosario participaba bastante en películas. Recordaba haber visto en algo llamado Color Escondido, una especie de clip larguísimo en el que Raúl de la Torre intentaba hacer (mal) cine “para jóvenes”. En ese film de 1988, pretendidamente onírico, había tres “Gracias” que se la pasaban desnudas toda la peli: una era Virginia Inocentti, la otra no me acuerdo, y la otra era mi querida Rosario. En algo acertó De la Torre: Rosario era, sin dudas, una auténtica “gracia divina”.

A partir de Galope hay producción. Los temas son redondos. Las melodías se vuelven más amenazantes e intrincadas. Paranoicas. Más influencia de rock (“Natación”, “Grandiosa”, “Bajo Kill”) con remansos como “Río de enero”, con aires de bossa. La faceta experimental se vuelve más organizada. Canciones mas estructuradas, como el disco en conjunto, que comienza con una gurinalda de canciones dulces que van desembocando hacia temas más disonantes y finalmente en los cuelgues “made in Suárez”.

Para este momento, Adrián Paoletti debutaba como solista con Paciencia, una especie de borrador juglaresco de lo que iba a desarrollar después. Si la memoria no me falla, Adrián debutó como solista en el bar de Palermo “La Luna”, junto a… Suárez.

Bien, para entonces se hablaba del Nuevo Rock Argentino, invento donde cabían Peligrosos Gorriones y Massacre, Juana la Loca y Fun People. Y aunque los protagonistas de esto tuvieron su acercamiento, seguían solos, tejiendo su aterciopelada alfombra de poesía.Falta decir mucho todavía, pero sigo en la próxima.

este es el disco del Copiloto Pilato:

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y aquí, los dos temas de Suárez en el compilado de la revista Ruido:

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12 oct 2010

The Pixies en el Luna Park: Come on, Pilgrim!

pixies lunaEscuché por primera vez a los Pixies una tarde lluviosa. La tapa de Surfer Rosa, con su bailadora española en tetas me había hecho pensar en Cocteau Twins o algo por el estilo, que era la onda que venía escuchando. Nunca podré olvidar el momento en que las guitarras de Black Francis y Joey Santiago estallaron por primera vez en mis oídos como un latigazo. Y las melodías…podían tocar un hardcore, una balada o un rock con la misma ductilidad. Sonaban a todas las bandas y a su vez sonaban únicamente a ellos mismos. El vértigo con que tocaban los temas, la violenta frescura de las voces… Eran únicos y me enamoré de ellos para siempre. Escuché cada disco con un placer inefable, conseguí las caras b de sus singles y me hice una remera con una foto de ellos en la que tienen los ojos abiertos como si estuvieran alucinando después de comerse un extraño cactus.

Pasó mucho tiempo. El miércoles pasado los Pixies presentaban Doolittle en el Luna Park. Llegué temprano, con mis hermanos menores que apenas si habían nacido cuando yo gastaba los surcos de Doolittle o Bossanova y me senté a esperar. Me preguntaba qué sucedería cuando sonaran temas que había escuchado más de 100 veces y de a poco empecé a sentir curiosidad por los temas que tocarían además de algunos inevitables…entonces el escenario se cubrió unos instantes de humo blanco. Vi avanzar a Kim, la chica de la que todos quisiéramos ser novios. Detrás venían el enorme Black Francis, Joey y David. Tomaron sus instrumentos, David marcó 4 y comenzó el ritmo inconfundible de Bone Machine. Y de repente sentí un escalofrío, tomé conciencia de que los Pixies, la banda que partió en dos mi adolescencia, estaban ahí, a unos metros de mí, la música entró en mi cuerpo como algo físico y se me cayeron las lágrimas. No lo pude evitar.

Y a partir de ahí perdí mi forma humana en la intensidad del recital. Imposible no sucumbir a la andanada de Bone Machine, Broken Face, Something Against You, The Holiday Song…los Pixies podrían haber tocado absolutamente cualquier canción de su repertorio y hubiera sido festejada y amada. El sonido Pixie lo atravesaba todo, con esa mezcla de punk, garage, folk, surf y quien sabe qué más. Pasó Doolittle casi entero y por momentos siguiendo el orden del disco. Sonaron incluso Mr Grieves, Crackity Jones y Nº 13, baby. Y allí estaban, como si el tiempo no hubiera pasado, armados solamente de su cargamento de canciones alegremente violentas, perversas y dulces como Here comes your man o Wave of Mutilation o el cover de Winterlong de Neil Young que alguna vez fue una cara b. Las letras maniáticas y delirantes de Black Francis se escucharon como nunca esa noche. Una gran parte del  Luna gritando “You are the son of a motherfuckeeeeeer…” en Nimrod Son fue ciertamente emocionante.

La simpatía natural de Kim brillaba como un diamante al lado del lacónico Black Francis. La vocecita de Kim hablaba mientras Francis permanecía callado, imperturbable. Terminaron con Vamos!, aquel intento de mariachi alucinógeno, pero todos sabíamos que volvían. Y la lluvia eléctrica de Gigantic corrió la luz hacia Kim…

Pero el de los Pixies no fue un recital nostálgico. Para nada. Sonaban con la misma urgencia de siempre, como una furia desatada, Like a hurricane… (Neil Young dixit).

Con las luces ya encendidas tocaron dos canciones más: la emocionante versión de Wave of Mutilation que se alojaba en alguna cara b y la noise-psycho-sci-fi Planet of Sound. Alcancé a ver una nena que se sacudía como una sixty queen en anfetaminas.

Y terminó. Cuando ellos saludaron, todos y cada uno hacia los diferentes sectores del estadio con la mano en alto,el saludo parecía llegar realmente. Podrían haber tocado cualquier canción. Quisiera que hubieran tocado todas las canciones.

Esa noche la tormenta de electricidad, la voz dulcemente perversa de Kim y los alaridos de Black Francis podían aplastar al universo entero.

Black, hijo de puta, ¿cómo hacés para emocionarme cantando sobre ovnis, putas, incestos bíblicos y el perro andaluz?

Y la guitarra de Black Francis todavía sigue sonando y sonará para siempre, en el mejor recital de rock que se escuchó en Buenos Aires…

28 ago 2010

Charlotte Gainsbourg: cuando era de limón…

Tuve mi primer encuentro con Charlotte en una película de Claude Miller llamada La Petite Vouleuse (Casi una mujer). No sabía todavía quién era esa niña de extraña belleza, ni tampoco recordaba la figura de su padre. Tiempo después, nos encontramos de nuevo en una película llamada The Cement Garden. Era una historia incestuosa y lúgubre acerca de un grupo de hermanos cuyos padres mueren. La belleza de Charlotte, extraña y fascinante, me cautivó totalmente a pesar de lo escabroso del argumento. O tal vez por eso…El clima melancólico y frío del film le quedaba como si hubiera sido hecho para ella.

Esperé los títulos del final con ansiedad porque quería saber quién era esa ninfa perversa, de tan particular nariz y mirada. Entonces recordé la película de Miller, entendí que Cement Garden estuviera dirigida por un tal Andrew Birkin, pero sobre todo vi su apellido. Era la hija del grandioso Serge Gainsbourg.

Si hacemos un veloz flash-forward, encontramos a Charlotte convertida en una mujer de cierta edad, pero con su belleza y atractivo intactos, actriz talentosa y respetada. Pero también encontramos a la figura de su padre en una dimensión que se agiganta día a día, y a la pequeña Charlotte en una prestigiosa carrera musical que lleva dos discos. Es imposible hablar de Charlotte sin hablar de Serge. Los dos discos mencionados fueron compuestos y/o producidos nada menos que por Air el primero y por Beck el segundo. Pero dadas las influencias de Gainsbourg en el trabajo de ambos, sumadas a las referencias manifiestas en ambos discos y la presencia de Charlotte, los discos se convierten casi en un homenaje a Charlotte y a Serge por igual.

Pero bueno, dije “dos discos”, obviando a propósito el disco que realmente dio comienzo a su carrera en la música: Charlotte Forever, compuesto por Serge y cantado por Charlotte a sus “tiernos” 15 añitos…Y de esto quiero hablar. Hagamos esta vez un flashback.

En 1986 Serge Gainsbourg transita los últimos años de su vida, en plena decadencia física y con poco por decir. Por el otro lado, la pequeña Charlotte, recién naciendo a su carrera artística. Una de las pocas cosas que le quedaban por hacer a Serge es este hermoso disquito.

Charlotte Forever es el disco infantil que un padre como Serge le haría a una niña como Charlotte. ¿Entonces qué quedaría de cualquier disco tonto con pretensión comercial? Pues NADA…jejeje.

El disco se basa en el sistema que usaba Gainsbourg por aquel entonces para sus propios discos: un synthpop muy ochentoso afrancesado, con coros masculinos que repiten el título del tema en inglés, sobre el que desgranaba su poesía porno. Esta vez la que desgrana su poesía es Charlotte. La belleza se encuentra en algunas melodías, en la vocecita frágil como el cristal de Charlotte, y por momentos es perturbador. Abre el disco “Charlotte Forever”, un bellísimo dueto con Serge (hay uno más), que podría ser la “Ballade de Melody Nelson” , sólo que esta vez el papel de lolita lo hace Charlotte. Sans toi/j’ne suis plus moi/j’derive à l’infini canta Serge a lo que Charlotte responde Sens moi/approche-toi/amour de ma vie…

La voz mínima de Charlotte recorre todo el disco, frágil, quebradiza, a veces con un jadeo infantil y susurra cosas como: j’vois des flash et des éclairs/des orages dans l’air/vers moi se translucident/des lignes à haute tension/me disent attention/L’amour est trop avide…

O canta un alegre pop llamado “Oh daddy oh” sobre una melodía juguetona que podría haber cantado su madre Jane Birkin. Todas la letras se podrían citar porque son de lo mejor que le quedaba por escribir a Gainsbourg, repletas se juegos de palabras, juguetonas y perversas a la vez. Algunas parecen hechas para Jane, otras para BB, pero todas son cantadas por Charlotte. Quizás allí ese gusto agridulce y perturbador. La ambigüedad es constante. El adiós y la despedida también ocupan buena parte del disco (“Don’t Forget to Forget Me”).

Un párrafo especial para “Elastique”, que comienza con un bajo que introduce una melodía que prefigura gran parte del sonido de Air (no me creés? Escuchalo y al toque poné “Sexy Boy”), con una letra que podría haber cantado BB: Élastique/Des gimmicks/Un peu comme Mick/Jagger que je trouve comique…ó Élastique/gimmicks/l’aime les comic/strip aussi les clips…

Hitazo.

La edición original del disco es de ocho canciones. En posteriores reediciones se agregó “Lemon Incest”, aquel temazo con su padre, que grabó a los trece años y tanto revuelo levantó por el clip en que aparecían en la cama semidesnudos(sacré bleu!!!)

Desde la tapa, en un bello primer plano blanco y negro, Charlotte te mira con esos ojos de nena caprichosa enfurruñada, algo perversita y con su pelo agreste. Y yo le digo: “¡Llevame con vos,Charlotte, quiero ser tu padre!”

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20 ago 2010

El Maestro y Margarita

Moscú. Fines de los 20. Pleno estalinismo. En eso, irrumpe el Diablo, bajo el nombre de Voland. Y pone Moscú cabeza abajo. Lo acompaña un séquito compuesto por una bruja, su mano derecha llamado Koroviev, que usa un monóculo partido, el sicario Azazelo y el maléfico gato parlante llamado Behemot (hipopótamo). En este Moscú todos van a parar al manicomio. Allí está el Maestro, quien no tuvo mejor idea que escribir una novela sobre Poncio Pilato que puede referir a…¿Stalin?. Margarita , la amante nada doncella podrá salvarlo o le venderá su alma a Satán. Un viaje al país de las maravillas en clave demoníaca. Margarita desnuda sobrevuela Moscú montada en una escoba rumbo a un baile diabólico. Desde el cielo de la noche observa a la policía secreta stalinista que hace desaparecer gente peor que el diablo. Es que este Satán-Voland sólo pone en evidencia la cobardía y la codicia de la “gente buena”. Acaso sólo el diablo podrá defendernos? El diablo de Bulgakov tiene un ojo negro y uno verde (Bowie?)… Maravillosa novela de factura ultramoderna donde quedan imbricados lo fantástico y lo realista. Lo sensorial y la política. El bien y el mal. Bulgakov escribe en el momento y estilo equivocados. Esta novela, (escrita entre el 27 y el 37 aproximadamente), no vio la luz en Rusia hasta el 67 en versión abreviada (los rusos todavía no digerían al psicodélico Bulgakov). Existe una miniserie rusa de 10 capítulos cuyas imágenes son maravillosas, pero aun no consigo los subtítulos. Volveré sobre Bulgakov, La Guardia Blanca, Corazón de Perro y otras novelas extraordinarias... Cristo, Satán y Stalin… A Jagger le alcanzó para escribir Simpathy for the Devil

Plan 9 y el garage hippie

Plan 9- Dealing with the dead (1983) Guardaba en mi memoria un recuerdo de esta banda como parte de la movida indie garagera yanqui de comienzos de los 80. puse Keep your Cool and Read the Rules (1985) y me decepcioné. Mucho hard setentoso. Dos voces de las cuales una me resultó molesta. Solos de guitarra largos, cambios de ritmo. No es que el disco sea malo. Simplemente me preguntaba: ¿y el sonido de garage? Apenas en un par de ocasiones se notaba el farfisa, o la cabalgata de guitarras iban para ese lado. Estaba por pasar a otra cosa pero insistí y capturé este disco: Dealing with the dead, el primero. ACÁ ESTABA LA COSA!!! Esto sí está bueno!!! Los Plan 9 son una especie de hippies. Una verdadera tribu donde el líder parece ser Eric Stunto, un gordo con una porra pelirroja que intimidaría al zappa de los 60, pero la líder espiritual parece ser Deborah D., musa que toca un sempiterno Farfisa que a veces cambia por un órgano y a veces por un sinte(!!!), produce los discos y canta alguna canción. Que sean una tribu hace que los roles se intercambien. Al parecer tienen varias etapas: la primera, que rezuma garage, repleta de guitarras (a veces 4 o 5 en un mismo tema) slide, noise, fuzz…y se compone de este primer disco, un puñado de singles (que el sello francés New Rose recopila en un disco autotitulado) y un EP en vivo con covers de arqueología garagera. Una segunda etapa que sería la hard rockera y una tercera donde parece ser que se arrojan a la pura zapada psicodélica: los temas no tienen nombre, en los cds sólo figura su duración, que va de los 8 minutos a los 41 minutos (!!!) y no sé si quiero escuchar eso… Pero la primera etapa es gloriosa. Empezando por la tapa del disco, estilo horror-comix-lisérgico-satánico tipo Fuzztones. En este caso parece una parodia del infierno de El Bosco… En este disco hay varias canciones gloriosas, comenzando por la apertura “I like girls”, una especie de beat noise con solo virtuoso (¿?) y un trémolo trepanador…sigue el fantasmagórico órgano de Deborah que introduce B-3-11 y ya se ven amebas…ahora el tercer tema “White Women” es…GLORIOSO. Casi como unos drogones emocionados. Stumpo por momentos me recuerda a Black Francis cuando canta… Y nada, el disco sigue y sigue el psycho garage y la edición en cd trae como tres singles de bonus. Prefiero a Plasticland , pero este discazo está para entrarle.. http://www.plan9ri.com/

14 feb 2010

Javier Corcobado

Javier Corcobado es un prolífico poeta, cantante y compositor español. Esa sería la entrada de una enciclopedia de rock clásica. Para mí, Corcobado es un gallego loco que tiene una guitarra a la que llama Tormenta, escritor y cantante de puta madre.

Hay una línea que guía una extraña concepción del cantautor. Sucede durante los 90 especialmente. Según esta concepción se piensa al cantautor como una especie de “poeta que canta”, bastante diferente de lo que puede ser el cantautor de los 70. Entonces se construye una genealogía que parte de algunos “malditos” que a esa altura ya no tienen nada de malditos, se recupera otros como Leonard Cohen o Tim Buckley o Nick Drake y se llega más o menos hasta Nick Cave. Agregando como influencias otros como Syd Barret, Roxy Music o el “noise” de los 80. Perdón por esta apurada intro, pero de alguna manera hay que ubicar a Javier Corcobado. En principio sería una especie de representante español de la corriente rápidamente bosquejada. Bueno, una vez presentado vayamos a lo nuestro.

¿Cómo hablar de este gallego excesivo? Decir que es la versión española de cualquier corriente extranjera es una injusticia, porque Corcobado es principalmente español, hasta la médula. Meterse con su música y su poesía es meterse con un arte extremo, excesivo, exagerado. Si un poeta típico puede hablar de “corazón roto”, o “romper un corazón”, Corcobado titula una canción “Corazón roto en 2000 pedazos”. Las primeras bandas de Javier se llaman Mar otra vez y Demonios tus Ojos, poesía desde el nombre de la banda. La primera adepta al noise más extremo, la segunda le agrega blues lobotomizado.

Sin embargo, el primer disco solista, Agrio Beso, se inclina sorpresivamente a la canción. Una especie de “crooner” que se suicida una y otra vez. Canta en este disco “Puerta de Amor”, canción que hiciera famosa Nino Bravo, y suena dolorosa como nunca. Los títulos de Javier hablan por sí solos: “Cadalso de Amor y Odio”, “El Beso de la Muerte”, “Beso de Cianuro”. Luego la carrera de Javier, aunque con preponderancia de ese estilo de canción, no dejará de incluir centellazos de ruidismo crispado, rock electrocutado y aparecerá la influencia de Gainsbourg, que oh, casualidad, también brilla en muchos de los cantautores que siguen la huella de Cave/Cohen, a quienes también influenció (después hablaré del sucio gigante francés).

Corcobado es un tipo que puede llegar a cantar: puta/te quiero/aunque te acabes de reventar la cabeza/con la mágnum que te regalé/un catorce de febrero/qué celos/de esa pistola/cómo te amó/en el momento de darte muerte…sobre un bajo dark obsesivo y pizcas de Gainsbourg, y no sonar ridículo, sino loco, podrido…

Como no podía ser de otro modo, Corcobado terminó grabando dos EP de boleros llamados Boleros enfermos de amor volumen 1 y volumen 2. El espacio es poco, así que elegí uno de mis discos favoritos de Javi, tal vez porque es el primero que escuché: Tormenta de Tormento (1991), el primero con su banda Los Chatarreros de Sangre y Cielo.

“La Libertad (es la cárcel más grande de todas las cárceles)”: comienza como una especie de vals deforme apoyado en una guitarra acústica y va in crescendo hasta el estribillo donde la guitarra tira latigazos eléctricos, mientras Javier canta versos como negro y oro enamorados/ cuando el sol se empieza a ahorcar.

“La navaja automática de tu voz”: obra maestra. Una base de percusión obsesiva, rápida y machacante, apenas cortada por chispazos de vientos tan paranoicos como el resto, sobre la cual Corcobado desgrana una poesía oscura, obsesiva, paranoica y desesperante. Agrego la letra al final.

Después de ese tour de force, “Herida luna” y “Canción de amor de mar” son una especie de remanso, aunque en Corcobado esto es relativo. Si la primera tiene aires de vals destruido, en la segunda lo que se destruye es una canción china.

Sigue otro punto alto: “Donde no siembra el mal”, que comienza sobre una bella acústica bajo la sombra de Cave, sobre la que relata el ahorcamiento de un abusador con una poesía siniestra, adornada con toques de saxo. De repente, hacia la mitad la canción se convierte en un vals a la española, para terminar en un coro de gitanos borrachos. Con “Tormenta de Tormento” el tempo sube y la intensidad se mantendrá hasta el final, pasando por el ruido de “Malsoñando”, donde Corcobado te parte la cabeza a los gritos, porque cuando grita es insoportable. Y eso me gusta. Hasta cerrar con el extenso relato de un asesino de niñas. Corcobado no es fácil, ni para todos los días. Sus temas son la muerte, la injusticia, la violencia, el asesinato. Y su música es alternativamente bella, desgarradora, violenta, sórdida, a menudo en una misma canción. Y sus imágenes son fuertes: “hemorragia bonita/de tierna chiquita”, “seremos hermanos/de incesto divino”, “las cruces envidiosas/ardiendo del revés”, “funámbulos de navajas”…

Después de este disco se acercó cada vez más a la canción. Aquí es una Tormenta de Tormento.

2 feb 2010

Lo que queda de Enero

1- El ciclo Herzog. ¡¡¡Qué bajón ir a la Lugones en verano!!! los advenedizos agotan las entradas para los ciclos como si dieran Avatar. después descubren que se puede sacar entradas anticipadas, y sacan a cagarse aunque el dia de la función ni vayan y dejen afuera a gente que quiere ver las películas y no simplemente estar ahí. pero bueno. nunca fui un fan de Herzog, pero sus documentales son curiosos. parecen guíones de ficción inventados por él. es más, me pregunto en cuánto supera la ficción inevitable del documental. pero en conjunto cobran sentido en su obra global. bueno, nada, algunos son geniales y por momentos transmiten algo de la sublimidad tan mentada en su cine... 2-las cajitas de fósforos que venden ahí casi al lado del san martin, con fotitos miniatura de íconos de la cultura pop de buenos aires y otros lugares. yo me compré una de evita, algunas de fotos porno de la época victoriana, y algunas más. ahora quiero todas!!! 3-Excursiones. esa película genial de Ezequiel Acuña. así se filma y así se actúa, carajo!!! 4-Gaby Bex. siempre Gaby Bex...

1 feb 2010

Zombieland

La segunda película rocker del año (la otra es la de Rob Zombie, ¿cuál más?). Debo decir que vi los primeros 30 o 40 minutos con una sonrisa dibujada en los labios. La violencia desenfadada con que Tallahasee (Woody Harrelson) parte cabezas de zombies, el ralenti en el cual los protagonistas rompen cosas en el negocio, la descarada pendeja de 12 años y alguna otra cosa son francamente liberadores. Pero más o menos en ese momento sucede el punto de inflexión de la peli. Los personajes se reúnen en la casa de Bill Murray y descubren que se quieren, o al menos que se necesitan, y desemboca en el tramo final.

A ver. El narrador es un flaco que le teme, o le tiene fobia a la gente. A la tercera semana de encierro total frente a la PC, es atacado por una zombie y emprende la huida en busca de los viejos que prácticamente ni conoce. En el camino, se encuentra con un animal (genial Harrelson), y un poco después con una minita estafadora a la que bautizan Wichita y su hermana de 12 años (Little Rock , que me recuerda a Cristina Ricci en los locos Adams).

Entonces tenemos a los zombies, productos de un extraño virus que no se sabe de dónde salió (una hamburguesa en mal estado dice por ahí Columbus), buscando comida por alguna parte, o sea humanos no- zombies. Los cuatro personajes, más Bill Murray (disfrazado de zombie) son los únicos no-zombies en toda la peli. ¿Y qué hacen? Pues tratan de sobrevivir. Tallahasee busca desesperadamente un Twinkie antes que desaparezcan para siempre, Wichita quiere llevar a su hermanita al parque de diversiones y Columbus, bueno, ¿tal vez una familia?

Zombieland abre con una secuencia en ralenti de zombies de todo tipo persiguiendo a próximos zombies (genial las pendejitas zombie queriendo comerse a la madre). Enseguida el narrador nos dice en off algo así como “este es mi barrio, parece destruido por los zombies pero no, ya era así desde siempre”. Un poco más tarde, le preguntará a Woody dónde está ese lugar sin zombies, a lo que le responderá que no hay tal cosa: “en el este te dicen que está en el oeste, en el oeste que está en el este”. Es decir, los zombies están por todas partes. No tenés que dejar que te muerdan, porque te convertís en uno de ellos, o te devoran.

Así que allí van los cuatro “raros” en esta road movie hacia ninguna parte, para descubrir que antes que convertirse en un zombie, es mejor estar juntos a pesar de las diferencias.

El director Ruben Fleischer la pilotea bien, con un Estados Unidos casi aniquilado y un ritmo narrativo contundente. Apenas con un par de flashbacks dibuja los personajes y fija la historia, para dedicarse a esa alegría en la destrucción sin la menor culpa. Y como en “una de zombies” la cita parece obligada, incluso en las escenas donde de produce el acercamiento entre los personajes parece decir “y acá es la parte donde se conocen y se empiezan a querer”. No por nada, la secuencia final transcurre en un parque de diversiones, como para no olvidar que esta película es sólo “una montaña rusa”, pero “hay que disfrutar las pequeñas cosas”, como dice Tallahasee. Como no podía ser de otro modo, la mayor parte de los temas que se escuchan son de trash, sin olvidar el Ghostbusters de Ray Parker, qué sino ¿para qué aparece Murray?…

Miré Zombieland en una sala de Lavalle que es una auténtica basura, pero después pensé que no podía ser de otro modo, después de todo, los mejores recitales de rock suelen suceder en sucuchos malolientes, y prefiero ver Zombieland ahí antes que convertirme en un zombie de shopping.

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29 ene 2010

Poemas del próximo libro

Medusa

El llanto de la medusa

Se desespera frente al espejo.

No puede petrificar

Un corazón de piedra.

Enfrascada

En miradas envenenadas

De la nada,

Llora medusa lágrimas saladas,

Mientras se abre una grieta

En tu garganta

Desesperada.

 

Coronado de Sed

Vampiro negro

Libador

De sangre de sirena

Hasta secar su cuerpo fabuloso.

Vampiro negro

Buscador

De tu negra condena

En el abismo de caudal letal.

Vampiro negro

En la tormenta sin paz

Codicioso de tu mal

Me das

Más

De vos

Cuando sangrás

Y tu sal de mar

Me corona de sed.

Bajo la luz de la demencia

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Supernatural, la paranoia Winchester

Un joven abandona una de esas fiestas universitarias yanquis y se va a su chabola. En la penumbra de la entrada es atacado por alguien y se trenzan en una pelea casi coreográfica. Al toque se ríen y se revela que son hermanos y se apellidan Winchester. Esta escena calcada de las buddy-movies es la primera de la multitud de citas que habitan en Supernatural.

En ese primer capítulo nos enteramos rápidamente que son “cazadores”, o sea, unos tipos que cazan hombres lobo, brujas, vampiros y, en fin, todo tipo de cosas raras que están entre nosotros. El tema es que todos los cazadores comienzan su cruzada vengativa a causa de alguna macana provocada por uno de estos monstruos, en el caso de los Winchester, la muerte de la mamá a manos de un demonio de ojos amarillos llamado Azazel. Pero el padre ha desaparecido más tiempo de lo normal y Dean va en busca de su hermano menor Sam, para tratar de encontrarlo. Este es el tenue hilo argumental que guía los capítulos de la primera temporada. Con el tiempo, la cosa se irá complicando más, pero mucho más…

Supernatural es una serie posmoderna químicamente pura. Es también una serie cinéfila. Y rocker. Y tiene la genealogía de la TV en las venas.

De entrada, se la puede ubicar en la tradición de series clase B como la inolvidable Night Stalker o la olvidada Hardy Boys.

Los Winchester se meten en una especie de road movie por las rutas de Estados Unidos, salvando a la bella de la semana de todo tipo de criaturas. Generalmente son leyendas urbanas que siempre fueron verdaderas.

Con una estética que toma elementos del video clip, la iluminación azulada ochentosa-noventosa y la inteligente utilización del claroscuro que sugiere más de lo que muestra, lo hermanos se la ven con los rayes psicológicos de las víctimas y los suyos propios (varias veces son casi derrotados por los freaks de turno).

Pero acá empieza lo interesante. Supernatural padece una esquizofrenia galopante.

Los Winchester son las dos caras de la moneda. Dean, el hermano mayor, simplemente cumple las órdenes del padre, mientras que Sam, se marchó de su casa luego de constantes enfrentamientos con él. Durante su búsqueda, la relación de los hermanos se complejizará paulatinamente. Sin embargo, en la catarata de relaciones intertextuales que sostienen la serie, Supernatural cruza los límites constantemente, oscilando sin vacilar entre el drama y la comedia, el cine y la TV, el bien y el mal, ángeles y demonios…Uh, ¿qué dije? Me adelanté un toque. Sigamos.

Pues resulta que los Winchester están metidos sin saberlo en el epicentro mismo de una guerra de la que son piezas fundamentales. Nada menos que la guerra entre cielo e infierno. En la última temporada se los encuentra peleando nada menos que con Lucifer. Pero ojo, que los ángeles del cielo son también bastante hijos de puta y conviene cuidarse de ellos.

De qué modo y porqué causas sucede esto es lo que explica la serie a lo largo de las primeras tres temporadas.

La pregunta es porqué una serie que maneja una temática bastante conocida puede enganchar cual canto de sirena. Bueno, creo que la respuesta está en los detalles esquizoides que adornan la estupenda épica de los Winchester.

En primer lugar, el humor que tira todo al carajo cuando la cosa amenaza con ponerse demasiado sentimental. Como es sabido, ganarse la vida como cazador de lo sobrenatural no es fácil: no se puede hacer público los casos, bajo peligro de ir a parar al manicomio o la más terrenal cárcel, ambos lugares bien conocidos por los brothers. De manera que sus principales fuentes de ingresos son el juego y la falsificación de tarjetas de crédito. Y no sólo falsifican tarjetas de crédito sino también su identidad, de manera que es frecuente verlos presentarse a sí mismos como los agentes Page y Plant, Simmons y Stanley y un larguísimo etcétera de nombres de heavy rockers o personajes de series y películas. Y aquí, un elemento utilizado de manera genial por la serie: el pop. No sólo en los títulos de los capítulos: Folsom prison Blues, Phantom Traveller, Route 666, Houses of the Holy, The kids are alright y siguen las firmas, sino en las tramas. Genial el capítulo que abre con la historia de Robert Johnson vendiendo su alma al diablo en Crossroads Blues, una micropelícula incrustada. O la escena en que los hermanos entran en un pueblo aparentemente exterminado por demonios y encuentran cadáveres al ritmo de Spirit in the Sky en Good God Y’All, por no hablar de las veces que AC/DC oficia de banda sonora.

Cada temporada gira en torno a un eje central, alrededor del que giran los avatares de los personajes y se teje la mitología de la serie, plagada de métodos para espantar demonios, perros infernales, la famosa Colt (creada por Samuel Colt y que puede matar cualquier tipo de criatura sobrenatural) y el maléfico plan de Lucifer para tomar el mundo de una vez por todas.

Ahora, esta trama principal se ve interrumpida frecuentemente por los llamados “capítulos de transición”. Son capítulos de relleno que todas las series yanquis usan para alargar la trama principal hasta completar la temporada. Pero en el caso de Supernatural, muchos de estos capítulos tienen, sino lo mejor de la serie, al menos una faceta de lo más curiosa. Aquí aparece en su mejor forma el malvado humor de la serie, que no vacila en cagarse de risa de sí misma, de la tele, y porqué no, también homenajear a quien lo merezca. Así, aparece un capítulo llamado Monster Movie, filmado íntegramente en blanco y negro, con la estética de las películas clase B de los 30, o Ghostfacers, un dardo envenenado a los realities y también a la bruja Blair y la Internet, en que se produce el encuentro de los Winchester con un grupo de nerds (gay incluido) que se dedican a cazar fantasmas. De más está decir que los Win tienen que salvarles el culo.

Pero el punto máximo de la autoburla aparece en Changing Chanels, donde un arcángel muy pero muy hijo de puta y jodón los encierra en un imaginario canal de tv obligados a parodiarse a sí mismos y en The real ghostbusters, en la cual asisten a una convención sobre…¡supernatural!, repleta de nerds.

Es así que la serie oscila constantemente entre la comedia y la oscura trama principal, que posee un tinte melancólico y pesimista (los buenos terminan desencadenando el Apocalipsis), para nada desdeñable.

En este escenario construido con estética posmoderna y adrenalina rocker, los Winchester Brothers desgranan su incorreción porque, después de todo ellos también son freaks. ¿Cómo llamar sino a un par de flacos que se la pasan buscando olor a azufre, luces que se apagan, leyendo diarios sensacionalistas de cuarta y que cuando eran niños mientras el resto de los pendejos tomaba la leche y miraba dibujitos, ellos aprendían a disparar armas y pelear contra criaturas exóticas? Y lo de freaks no es tan metafórico si se presta atención al problema que arrastra Sam en su interior y que está tan relacionado con los demonios, que hasta se garcha a una demonia y se hace adicto a la sangre de demonio. Sin mencionar que Dean se la pasa con putas mientras come hamburguesas con “cebolla extra” y se pone en pedo. No se puede dejar de mencionar el capítulo donde una sirena, para enamorar y llevar a cada uno de los hermanos hacia la perdición, toma la forma…de un tipo. Es decir, ¡homosexualidad e incesto! Si esto no es transgredir, ¿la transgresión dónde está?

Se podría desgranar cada capítulo para deleitarse con el hallazgo de incontables citas, contraseñas que actúan como el imaginario de aquellos fans de la emoción enlatada de la TV, que no podemos evitar el pensar que estamos hablando con viejos amigos mientras esperamos que los Winchester demuestren una vez más que las cosas no son lo que parecen, que la mentira es la verdad más veces de lo conveniente y que mejor no divulgar cosas raras, que si los monstruos al menos son honestos, el buen ciudadano te puede mandar al infierno.

¡Brindo por la paranoia Winchester!

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